La hoguera de las vanidades by Tom Wolfe

La hoguera de las vanidades by Tom Wolfe

autor:Tom Wolfe [Wolfe, Tom]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T05:00:00+00:00


16. Carácter irlandés

El machismo irlandés de Martin era tan frío que Kramer era incapaz de imaginárselo animado y alegre como no fuera en estado de embriaguez. E incluso así, pensó Kramer, seguro que era un borracho pesado e irritable. Esta mañana, sin embargo, parecía de buen humor. Sus siniestros ojos de doberman lanzaban destellos. Estaba contento como un niño.

—Y estábamos en el portal, con los dos porteros —iba diciendo—, cuando sonó un zumbido, y se encendió un botón, y, la hostia, no veas cómo salió disparado uno de los porteros, cagando leches, haciendo sonar un silbato y llamando a un taxi.

Miraba directamente a Bernie Fitzgibbon mientras relataba su anécdota. Estaban los cuatro, Martin, Fitzgibbon, Goldberg y Kramer, en la oficina de Fitzgibbon. Éste, tal como le correspondía a todo un jefe de Homicidios de la Oficina del Fiscal de Distrito, era un irlandés delgado y atlético: pelo muy moreno, mandíbula cuadrada, ojos negros, y lo que Kramer solía llamar una Sonrisa de Vestuario. La Sonrisa de Vestuario era rápida pero en absoluto simpática. De modo que si Fitzgibbon sonreía ante la historia de Martin y sus tediosos detalles era solamente porque Martin pertenecía a un tipo especial de policías duros y con mala leche que Fitzgibbon sabía apreciar.

Había en la oficina dos irlandeses, Martin y Fitzgibbon, y dos judíos, Goldberg y él, pero era como si, a todos los efectos, fuesen un cuarteto de irlandeses. Sigo siendo judío, pensó Kramer, menos en esta oficina. Todos los policías acababan adquiriendo el carácter irlandés, tanto los policías judíos —Goldberg, por ejemplo— como los policías italianos y los policías negros. Sí, incluso los policías negros; nadie entendía a los jefes de policía de las diversas comisarías porque casi todos eran negros, y su piel ocultaba su mentalidad irlandesa. Lo mismo podía decirse de los vicefiscales del departamento de Homicidios. Todos se volvían irlandeses. En el conjunto de la población de Nueva York, el número de irlandeses estaba descendiendo notablemente. En el terreno de la política, los irlandeses, que hasta hacía veinte años habían tenido la sartén por el mango en el Bronx, Queens, Brooklyn y buena parte de Manhattan, apenas si controlaban ahora un pequeño distrito despreciable del West Side de Manhattan, por la zona en la que estaban oxidándose irremediablemente los muelles abandonados del Hudson River. Todos los policías irlandeses que Kramer iba conociendo, incluso Martin, vivían ahora en Long Island o en sitios como Dobbs Ferry, y cada día hacían el viaje hasta la ciudad desde esas zonas de la periferia. Bernie Fitzgibbon y Jimmy Caughey no eran más que dinosaurios. Todos los funcionarios que estaban escalando peldaños en la jerarquía de la Oficina del Fiscal de Distrito del Bronx eran judíos o italianos. Sin embargo, el sello irlandés seguía predominando en la policía y en el departamento de Homicidios, y probablemente no habría nada capaz de borrarlo. El machismo irlandés era una forma de amarga locura que los dominaba a todos. Les encantaba llamarse a sí mismos Donkeys y Harps[23] ¡Donkeys! Usaban el término con orgullo, pero también identificándose con el significado.



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